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Efecto expansivo

9 de julio de 2018

Sea cual sea la marca y el país de la patente, muchas de las cosas que hay en los hogares de Colombia están hechas en China, centro de producción mundial de empresas de todo el mundo.

 

Haga este ejercicio: dé un vistazo a su alrededor, mire la marca de sus equipos y de los utensilios que usa en casa o en la oficina y verifique en dónde están fabricados. nuestros hogares están abastecidos y atiborrados de “hecho en China”.

El portátil en el que escribo estos párrafos es de una marca estadounidense fabricado en China, también el dispositivo celular, la tableta, el televisor y hasta la correa del perrito.

Sea cual sea la marca y el país de la patente, muchas de las cosas que hay en los hogares de Colombia están hechas en China, centro de producción mundial de empresas de todo el mundo.

También es sabido que cada vez es más difícil tener un 100% de origen de cualquier cosa por la misma dispersión de las cadenas productivas, la complejidad de los procesos y la dificultad para supervisarlos.

La explicación del bajo valor de los productos chinos está asociada a los salarios en ese país, bajos impuestos, proliferación de imitaciones, a su política monetaria y la permisividad en los procesos. Es una realidad que afecta a buena parte del mundo y, posiblemente, la pólvora que alimenta la guerra comercial.

Productos colombianos que habían logrado desarrollarse y competir en décadas pasadas están quebradas, o al borde de la quiebra, por los efectos del contrabando.

Los esfuerzos de las autoridades, sus medidas restrictivas y su fuerza represiva han sido persistentes y permanentes, aunque insuficientes ante el tamaño del fenómeno y por falta de colaboración de los ciudadanos.
Durante décadas, la creciente interrelación comercial contribuyó a reducir tensiones entre las potencias que desde hace medio siglo se vigilan con desconfianza.

El año pasado, China fue el principal proveedor de productos hacia Estados Unidos con el 21,8% de las importaciones. Pero ha llegado un presidente a EE.UU. que no se preocupa demasiado con los matices y con el argumento de que busca un comercio justo ha puesto el dedo en la llaga.

Los principales productos chinos importados por EE.UU. son celulares, computadores y equipos de telecomunicaciones por cerca de US$181.000 millones, seguido por textiles, confecciones y calzado por US$35.690 millones, juguetes, US$26.770 millones. Son miles de productos, servicios y desarrollo de tecnología implicados en el ajedrez mundial.

Por su parte, China, en su búsqueda de autosuficiencia tecnológica y en su objetivo de crear sustitutos de alta tecnología para productos extranjeros -desde componentes informáticos hasta robots, automóviles y aviones-, prepara su industria desde hace décadas y tiene aceitada su artillería.

Además, con la llamada “nueva ruta de la seda”, con la que ha logrado un gran corredor de inversiones y diplomacia que va desde Asia a América Latina, pasando por Europa y África, ha fortalecido los lazos con sus vecinos y con el resto del mundo, con la premisa de vender más y tener menos dependencia.

Convendría a estas alturas hacer un símil de esa ruta entre América Latina y EE.UU., como lo hemos propuesto desde la Cámara de Comercio Colombo Americana.

Según la Amcham estadounidense, está abierto otro frente con Canadá, México y la Unión Europea. De recrudecerse el fuego cruzado, las consecuencias alcanzaran todas las cadenas, de todas las industrias de todos los países con efectos expansivos impredecibles. Esta semana será determinante si el fuego cruzado de misiles va escalando. El mundo espera sensatez.

 

Publicada en La República, disponible aquí