Las selecciones suramericanas son propensas a dejar todo en manos de la espontaneidad y la creatividad de sus estrellas más visibles.
Durante el Mundial de Fútbol que acaba de finalizar los periodistas comentaron que hubo muchas novedades, como la incorporación de la tecnología en las tareas de arbitraje, la caída de los grandes, la aparente decadencia de los suramericanos y el final puramente europeo, con un fútbol más técnico, mejor engranado, organizado y contundente.
Cuatro equipos europeos obtuvieron los primeros lugares. Según los comentaristas, la supremacía sobre americanos, asiáticos y africanos estuvo fundamentaba en la disciplina táctica, la preparación física, en una planeación estratégica de largo plazo, pero, y sobre todos los aspectos, por el trabajo en equipo.
Los europeos le apuestan a la institución, a los objetivos colectivos, a la búsqueda del bien común. La constancia y la tenacidad de Croacia fue elogiada en todo el mundo como ejemplo de que la unión hace la fuerza y la coordinación y el apoyo permanente hacen la diferencia. Todos se entregan en plenitud, sin protagonismos, sin exageraciones.
Y no es un asunto de razas. Ni la disciplina es alemana ni la garra uruguaya. Nada más encantador y exquisito que la sincronización francesa (solo cuatro de sus 23 jugadores tienen padre y madre nacidos en la Francia continental), un mestizaje ensamblado para el trabajo en equipo, cada quien cumpliendo a cabalidad la función encomendada.
Las selecciones suramericanas son propensas a dejar todo en manos de la espontaneidad y la creatividad de sus estrellas más visibles, esperando que un instante de fortuna individual, una inspiración combinada o un golpe de suerte desencadene el resultado al margen de si la máquina está sincronizada o en sintonía.
En esta región somos mesiánicos, necesitamos un líder, un mesías, depositamos una confianza desmedida en un individuo para lograr los objetivos o solucionar un problema y, tal vez por eso y por esa tendencia al individualismo, ni Brasil con un Neymar sobreactuado, ni Argentina con un Messi atormentado, ni Uruguay con su goleador lastimado, ni Colombia con su James lesionado, avanzaron a semifinales.
Necesitamos que nuestros técnicos 2018-2022, en la Selección y en la política, tengan algunas de esas virtudes diferenciadoras que mostraron el seleccionador francés Didier Deschamps y el croata Zlatko Dalic para llegar a la final del campeonato.
Que, como Deschamps, basen su estrategia en la confianza, el equilibrio, el carácter, la ambición, en la consigna “todos a defender” con “mentalidad ganadora”.
O, como el croata, ondeando la bandera de la identidad nacional, con convicción y honestidad, con actitud de gladiadores que luchan por la misma causa, con orgullo, coraje y persistencia.
En tiempos de fútbol es una tentación hacer analogías. Me preguntaba si nuestro lento desarrollo se debe al escaso trabajo en equipo y al exceso de vanidades, de protagonismo, a la urgencia de aplausos y a los intereses económicos personales. Pensaba si el esquema triunfador del fútbol europeo podría servirnos de símil en el propósito nacional de una Colombia más próspera y justa.
Tenemos cuatro años por delante. Cuatro años para que la Colombia futbolística y la Colombia país se convenzan, se esfuercen, se organicen y obtengan extraordinarios resultados, una doble victoria, que solo se logra con el trabajo en equipo, con la fortaleza de las instituciones y la búsqueda del bien común: una mejor Colombia para todos.
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En equipo por la doble victoria
Las selecciones suramericanas son propensas a dejar todo en manos de la espontaneidad y la creatividad de sus estrellas más visibles.
Durante el Mundial de Fútbol que acaba de finalizar los periodistas comentaron que hubo muchas novedades, como la incorporación de la tecnología en las tareas de arbitraje, la caída de los grandes, la aparente decadencia de los suramericanos y el final puramente europeo, con un fútbol más técnico, mejor engranado, organizado y contundente.
Cuatro equipos europeos obtuvieron los primeros lugares. Según los comentaristas, la supremacía sobre americanos, asiáticos y africanos estuvo fundamentaba en la disciplina táctica, la preparación física, en una planeación estratégica de largo plazo, pero, y sobre todos los aspectos, por el trabajo en equipo.
Los europeos le apuestan a la institución, a los objetivos colectivos, a la búsqueda del bien común. La constancia y la tenacidad de Croacia fue elogiada en todo el mundo como ejemplo de que la unión hace la fuerza y la coordinación y el apoyo permanente hacen la diferencia. Todos se entregan en plenitud, sin protagonismos, sin exageraciones.
Y no es un asunto de razas. Ni la disciplina es alemana ni la garra uruguaya. Nada más encantador y exquisito que la sincronización francesa (solo cuatro de sus 23 jugadores tienen padre y madre nacidos en la Francia continental), un mestizaje ensamblado para el trabajo en equipo, cada quien cumpliendo a cabalidad la función encomendada.
Las selecciones suramericanas son propensas a dejar todo en manos de la espontaneidad y la creatividad de sus estrellas más visibles, esperando que un instante de fortuna individual, una inspiración combinada o un golpe de suerte desencadene el resultado al margen de si la máquina está sincronizada o en sintonía.
En esta región somos mesiánicos, necesitamos un líder, un mesías, depositamos una confianza desmedida en un individuo para lograr los objetivos o solucionar un problema y, tal vez por eso y por esa tendencia al individualismo, ni Brasil con un Neymar sobreactuado, ni Argentina con un Messi atormentado, ni Uruguay con su goleador lastimado, ni Colombia con su James lesionado, avanzaron a semifinales.
Necesitamos que nuestros técnicos 2018-2022, en la Selección y en la política, tengan algunas de esas virtudes diferenciadoras que mostraron el seleccionador francés Didier Deschamps y el croata Zlatko Dalic para llegar a la final del campeonato.
Que, como Deschamps, basen su estrategia en la confianza, el equilibrio, el carácter, la ambición, en la consigna “todos a defender” con “mentalidad ganadora”.
O, como el croata, ondeando la bandera de la identidad nacional, con convicción y honestidad, con actitud de gladiadores que luchan por la misma causa, con orgullo, coraje y persistencia.
En tiempos de fútbol es una tentación hacer analogías. Me preguntaba si nuestro lento desarrollo se debe al escaso trabajo en equipo y al exceso de vanidades, de protagonismo, a la urgencia de aplausos y a los intereses económicos personales. Pensaba si el esquema triunfador del fútbol europeo podría servirnos de símil en el propósito nacional de una Colombia más próspera y justa.
Tenemos cuatro años por delante. Cuatro años para que la Colombia futbolística y la Colombia país se convenzan, se esfuercen, se organicen y obtengan extraordinarios resultados, una doble victoria, que solo se logra con el trabajo en equipo, con la fortaleza de las instituciones y la búsqueda del bien común: una mejor Colombia para todos.
Publicado en La República, disponible aquí
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