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Racismo, el detonante de una crisis institucional en EE. UU.

8 de junio de 2020

Las divisiones partidistas y la cercanía de las elecciones han deformado el debate de las protestas.

 

Bogotá, 08 de junio de 2020 (El Tiempo).- Nadie, ni el más atrevido, se hubiese imaginado hasta hace algunos días que en Estados Unidos pudiera pasar lo que ha venido sucediendo en los últimos días.

Desde el asesinato del afroestadounidense George Floyd a manos de un policía blanco, el lunes de la semana pasada, el país ha descendido en un caótico espiral que se asemeja más al de un país de África u Oriente Próximo.

Decenas de ciudades de Estados Unidos se han visto presas por miles de manifestantes que protestan, a veces de manera violenta, por décadas de brutalidad policial enmarcada en una larga y dolorosa historia de racismo y segregación contra los afroestadounidenses.

Las protestas, además, han estado marcadas por la infiltración de elementos de la izquierda radical y de grupos de supremacismo blanco que mueven sus propias agendas, y por vándalos que aprovechan los disturbios para saquear almacenes y destruir lo que encuentren por delante.

Las imágenes han sido aterradoras: carros y edificios ardiendo mientras miles de uniformados reparten bolillo, balas de goma y gases lacrimógenos para tratar de restaurar la calma. Un sector reclamando el derecho a la protesta pacífica, mientras el otro pide mano dura para imponer la ley.

La situación en sí misma no es excepcional. A lo largo de estos últimos 50 años, Estados Unidos se ha visto sacudido en múltiples ocasiones por eventos similares. Desde las manifestaciones que siguieron a la muerte de Martin Luther King, en 1968, hasta las protestas en Baltimore, Ferguson y Nueva York de hace un lustro

Pero el contexto de la situación actual lo hace más delicado. Tanto, que muchos ya hablan de una verdadera crisis constitucional de impredecibles consecuencias. La muerte de Floyd y las marchas han sido simplemente el detonante.

De acuerdo con Robert Kagan, historiador del Council on Foreign Relations y muy asociado al Partido Republicano, el país ya estaba al borde de un estallido tras tres años y medio de una polémica presidencia de Donald Trump, que ha profundizado las divisiones que ya existían en la sociedad. No solo en el plano político, sino en lo social.
Y a eso, dice este experto, se le sumó la irrupción del coronavirus, que le ha costado la vida a más de 100.000 personas, y la peor crisis económica en 90 años.

“El presidente Barack Obama tuvo que enfrentar uno de los peores momentos de tensiones raciales en años recientes. Pero la situación del país era muy diferente. A la cabeza está ahora un Trump que tiende hacia el autoritarismo y está luchando por su reelección en noviembre”, dice el experto.

Eso, sin duda, ha contribuido al momento que se vive. Luego de permanecer en silencio durante los primeros días de las protestas, el presidente desató una tormenta el lunes pasado cuando prometió que usaría a los militares para volver a imponer la “ley y el orden” en el país.


A su juicio, lo que se está dando equivale a una “insurrección” que lo autoriza a enviar tanques, helicópteros y soldados a las calles aun sin el consentimiento de los gobernadores. Algo rara vez visto en el país y que encendió las alarmas. En los últimos 100 años, esto solo ha sucedido un puñado de veces y no precisamente para lo que quiere Trump.

Los presidentes Dwight Eisenhower y John F. Kennedy utilizaron miembros de un batallón para defender los derechos civiles de los afroestadounidenses, y George W. Bush también las desplegó, en el 2005, para ayudar con los estragos que dejó el huracán Katrina.

El único caso similar es el de Bush padre, que las autorizó en abril de 1992 para controlar las protestas que estallaron en Los Ángeles tras las absolución de cuatro policías que habían dado una brutal paliza a otro afroestadounidense. Pero lo hizo por solicitud del gobernador de California.

Los demócratas, por supuesto, se fueron lanza en ristre contra Trump, advirtiendo que era inconstitucional reprimir el derecho a la protesta de los estadounidenses y, menos, usando militares.

Aunque un sector del Partido Republicano respaldó al presidente, muchos guardaron silencio y otros hasta lo cuestionaron. Por ejemplo, la senadora de Alaska Lisa Murkowski tomó distancia y dijo que ni siquiera sabía si votará por Trump en las elecciones.

Críticas contra Trump

Pero la verdadera bomba la soltó el secretario de Defensa, Mark Esper, que contradijo al mandatario estadounidense en público al decir que no estaba de acuerdo con el empleo de militares en la situación actual.

Y más duros estuvieron dos exgenerales muy respetados en Estados Unidos: James Mattis, exsecretario de Defensa del propio presidente, rompió su silencio para decir que el republicano estaba tratando de dividir al país.

“Nunca soñé que a las tropas que tomaron el mismo juramento que yo hace 50 años se les ordenaría bajo circunstancia alguna violar los derechos constitucionales de sus conciudadanos… Militarizar nuestra respuesta, como hemos visto en Washington, crea un falso conflicto entre militares y la sociedad. Erosiona el terreno moral que asegura el lazo entre los uniformados y la sociedad que juraron proteger y de la que son parte”, dijo el general.

Algo muy parecido también sostuvo John Allen, el excomandante de las fuerzas de Estados Unidos en Afganistán, y otros exmilitares de peso pesado.

Y se sumaron en oposición los tres expresidentes vivos del país: Barack Obama, George W. Bush y Jimmy Carter. La insurrección de la que hablaba Trump, pero en su contra. Pero el presidente, lejos de retroceder, siguió adelante con su retórica catalogando a los manifestantes de “terroristas” y “matones”.

Y sus asesores en la Casa Blanca han comenzado a describir el momento que vive el presidente y su respuesta a la crisis como uno muy similar al de Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial y al de Bush tras los atentados terroristas del 11-S.
En el fondo, en Estados Unidos han comenzado a emerger dos narrativas que no son mutuamente excluyentes.

Por un lado, la que han adoptado los demócratas, de que las protestas son el reflejo de un racismo sistémico en el país y que, si bien la violencia no conduce a nada, tampoco se debe reprimir el derecho constitucional a la protesta.

Por el otro, avanzado por republicanos, la idea de que la ley y el orden son condiciones básicas para la expresión de esos derechos. Pero las divisiones partidistas y la cercanía de las elecciones han deformado el debate y lo han convertido en armas de guerra para la campaña electoral.

Trump, por ejemplo, ha dejado claro que en ausencia de un buen momento económico y sitiado por las malas noticias del coronavirus piensa usar la actual situación como su nueva plataforma política.

Y ya habla de ser el presidente de la “ley y el orden”, como hizo Richard Nixon para triunfar en la contienda de 1968. Una reinvención que necesita, pues las encuestas más recientes indican que está al menos 10 puntos por debajo de su rival, el exvicepresidente Joe Biden.

Eso piensa Charles Lane, economista de la Universidad de Yale. Lane advierte, no obstante, que el nivel de discordia es de los peores de la historia y quizá está empujando al país hacia una situación nunca antes experimentada.

Trump, dice el experto, ya ha comenzado a hilar la perspectiva de que las elecciones serán fraudulentas y que podría, incluso, desconocer sus resultados si llega a perder.

De ese tema escribió todo un libro Lawrence Douglas, profesor en leyes de la Universidad de Amherst. Según el profesor, el país está navegando hacia un caos constitucional en el que es probable, si no se presenta un ganador contundente en los comicios, que Estados Unidos arranque el 2021 sin un presidente electo.

“Para las elecciones todavía falta tiempo y mucho puede cambiar. Los datos económicos que emergieron esta semana apuntan a que quizá la crisis no sea tan profunda. Y es incierto aún el rumbo que tomará el coronavirus en estos meses que están por llegar, como también la duración en el tiempo de la protesta social.
Pero el panorama, dice Lane, no es el mejor. “Estamos –dice– en un momento como ningún otro. De cómo salgamos de este depende en buena medida el futuro de nuestra democracia”.