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La amabilidad no cuesta

27 de mayo de 2019

 Basta echar un vistazo a los titulares de prensa de cualquier día para convencerse de que la tarea está pendiente, que es urgente y que nos compete a todos hacerla.

 

Muchos colombianos esperábamos que los acuerdos de paz se convirtieran en un punto de partida para la reconciliación nacional y la tolerancia política, como factor determinante para una nueva historia colombiana donde primaran las virtudes y dejáramos de lado la agresividad, los malos hábitos y las malas maneras que se alimentaron con décadas de confrontación armada y siglos de marginación y pobreza.


 

Nuestra sociedad está en mora de plantearse una reflexión seria sobre los valores que soportan el desarrollo de una Nación y que, obviamente, debe fundamentarse en la educación, en la estructuración de familias estables, en la generación de oportunidades de trabajo, con ejercicios de convivencia y respeto y un alto sentido de la solidaridad.

 

Parece retórica reciclada, pero basta echar un vistazo a los titulares de prensa de cualquier día para convencerse de que la tarea está pendiente, que es urgente y que nos compete a todos hacerla.

 

La falta de diálogo y consensos generan incertidumbre porque no se vislumbra una solución concertada a los problemas nacionales.

 

Hoy nos enfrentamos a un día a día de individualismo, de “sálvese quien pueda”, de mínima amabilidad, poco respeto, informalidad y grosería. Las ciudades padecen la intolerancia y la impaciencia. En el transporte público -o desde la comodidad del carro particular- comienza desde muy temprano la puja de cada quién por abrirse su propio espacio, con muy pocos gestos de generosidad. Incluso algunas capitales, donde ser buen ciudadano era un orgullo local, han ido perdiendo ese sentido cívico y en su lugar se han enquistado los males de las urbes enfermas, inseguras y contaminadas.

 

El egoísmo, el particularismo, y la obsesión por demeritar a quien piensa diferente, nos impiden construir un país con mejor futuro, una cultura que promueva las buenas acciones, una solidaridad sin ideología que acompañe a los gobiernos, una veeduría a la función pública desprovista de intereses particulares, un accionar colectivo en defensa del bien común y en pro del bienestar de todos.

 

La concertación ciudadana por el interés general, el buen gobierno y el sano debate sobre las políticas convenientes para el desarrollo deberán traer prosperidad. Y si tenemos un Gobierno que quiere hacer bien su tarea, es nuestro deber apoyar y contribuir al margen de las diferencias.

 

Para que una sociedad pueda funcionar de manera correcta es vital el ejemplo, la enseñanza y la práctica de valores fundamentales que nos permitan aceptar las opiniones, los credos, las ideas de los demás. Si queremos lograr el cambio, éste debe empezar por nosotros mismos. Si actuamos de forma correcta, de la mano a los valores, iremos sembrando semillas de virtud para próximas generaciones.

 

De momento, al menos un poco de amabilidad, que es gratis, de cada uno nos vendría bien, y unos buenos modales ayudarían mucho. Amabilidad, con naturalidad y algo de simpatía, cordialidad en la comunicación y, por qué no, buen humor, buen trato, franqueza y respeto. Ser amable no cuesta, pero ofrece buenos dividendos.

 

Publicado en La República, disponible aquí