El mal ejemplo se aprende más rápido

27 de noviembre de 2017

Publicado en La República, disponible aquí.

Por: María Claudia Lacouture, directora ejecutiva AmCham Colombia.

Los adultos solemos disparar frases como misiles sin prever los daños colaterales en los niños, pequeñas esponjas que capturan más de lo que creemos, sobredimensionan y repiten. Qué esperar de ellos si ven a sus padres comprar repuestos en el mercado negro, o sobornar a un policía de tránsito, ofrecer propinas para agilizar trámites, inflar presupuestos para sacar ventaja, infringir las normas viales, saltarse la fila, cambiar de teléfono para eludir a un deudor, decir medias verdades o mentiras piadosas.

Hay un dicho que dice que nada peor que dar un buen consejo con un mal ejemplo. No hay que ser un experto para saber que los malos ejemplos recibidos en casa tienen mayor efecto, corrompen más fácil. Y también lo contrario. Hace un tiempo escuché una anécdota muy curiosa de un padre que llevó a su hijo al parque de diversiones y al ingresar el hombre de las entradas le dijo que niños mayores de siete años pagan boleto completo, a lo que respondió “entonces deme dos, pues mi hijo ayer cumplió ocho”. El portero le dijo “pues no me hubiera dado cuenta” y el padre sentenció: “usted no, pero él sí”.

Por todo eso y muchas razones más me llamó la atención un titular de prensa internacional que decía “El hombre que abrió una universidad contra la corrupción en África”. Se refería a Patrick Awuah, un emprendedor ghanés laureado como el mejor profesor del mundo porque lidera la primera universidad africana fundamentada en la ética, el pensamiento correcto, la innovación con respeto y el éxito sin trampas.

Se hizo millonario desarrollando novedosos programas para Microsoft en Seattle y hace quince años regresó a su país para abrir una universidad que inició con una casa alquilada y 30 estudiantes. Hoy cuenta con más de 800 y la misión de demostrar que la educación puede acabar con la estructura perniciosa de las malas decisiones políticas que producen pobreza, conflictos, corrupción y democracias frágiles y vulnerables.

Todo comenzó cuando otro profesor de la misma universidad detectó que prácticamente la mitad de su clase había copiado en una prueba. El rector decidió encararlos, les hizo ver que esa práctica es en sí misma un acto de corrupción tan condenable como el saqueo que los políticos inescrupulosos y los empresarios insaciables hacen de las riquezas de sus países. Y los invitó a que ellos mismos propusieran un código de ética y convivencia que ha dado un resultado tan extraordinario que hoy es elogiado en todo el mundo.

Si bien Colombia no es África, el caso si ilustra perfectamente lo que sucede en cualquier parte y que afecta en particular los países en desarrollo, más expuestos al autoritarismo, a la política de ‘sálvese quien pueda’, a la práctica cotidiana de ‘quién eres qué me das’ y a la certidumbre mal infundada de que ‘el problema no son las roscas sino estar fuera de ellas’.

Estamos frente al imperativo de generar cultura ciudadana, promover una educación básica que priorice la reflexión sobre la memoria, el comportamiento sobre la individualidad, la sensatez sobre la malicia, el respeto sobre el oportunismo. Estamos frente al reto de imprimir a la educación la cultura de hacer las cosas “a lo bien”, sin trampas ni ventajas, con reglas de juego equilibradas, con oportunidades para todos, para que las próximas generaciones corrijan nuestros excesos y hagan de este mundo un mejor lugar para vivir.