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Por cuenta de Trump, Obama será central en la campaña presidencial

26 de mayo de 2020

El mandatario busca atacar al expresidente porque al hacerlo también afecta a Joe Biden.


Bogotá, 26 de mayo de 2020 (El Tiempo).- 
EE. UU. suele ser un país de tradiciones. Una de ellas es que el presidente de turno no critica a su antecesor, y viceversa. Pero en tiempos de Donald Trump nada es más lejano de la realidad.

Trump, de hecho, ha convertido al expresidente Barack Obama en una pera de boxeo a la que pega de manera rutinaria, y ha dejado claro que pretende convertirlo en eje de su campaña de reelección. Y el afroestadounidense, que hasta hace poco había optado por encajar los golpes, ha comenzado a ripostar.

La confrontación se agudizó en días recientes. Esta semana, por ejemplo, se supo que el mandatario no piensa realizar una ceremonia para la presentación oficial del retrato que hizo de Obama un artista, y que por costumbre se cuelga en alguna de las paredes de la mansión presidencial.

El expresidente, por su parte, anunció que no tiene planes de visitar la Casa Blanca mientras Trump sea el presidente.

Trump, además, se ha pasado promoviendo un supuesto complot en su contra incitado por el expresidente y al que bautizó como Obamagate. Y no hay día sin que tilde a sus antecesores de “corruptos e incompetentes”.

La animosidad no es nueva. Desde que ganó la presidencia, el republicano se ha empeñado en deshacer el legado de Obama: desde la reforma de la salud que se aprobó en el segundo año de su gobierno hasta el acuerdo nuclear con Irán, y el de cambio climático, que se firmó en París en 2015.

Y, según dicen, Trump no le perdona a Obama que se haya burlado de él y sus aspiraciones presidenciales públicamente en 2011.

Pero la cercanía de las elecciones presidenciales (noviembre de este año) y la debacle que ha causado el coronavirus en el país están agudizando esa disputa.

Hasta marzo, el corazón de la campaña de reelección de Trump era la economía. Aunque muchos expertos sostienen que cosechó frutos sembrados por Obama, lo cierto es que su tiempo en la Casa Blanca había estado marcado por la prosperidad, con índices de desempleo no vistos en 50 años, la renegociación de tratados comerciales que han favorecido a las empresas de EE. UU. y una reforma tributaria que eliminó impuestos para la mayoría.

Todo ese castillo se vino abajo en las últimas 10 semanas como consecuencia de las políticas de distanciamiento social que tuvieron que ser aplicadas para frenar el avance de la enfermedad.

Las cifras oficiales de desempleo hablan del 14,7 por ciento, pero podrían estar más cercanas al 20 por ciento si se suman las personas que en teoría tienen un empleo, pero no están recibiendo un sueldo. Se trata de la peor situación económica desde la Gran Depresión de los años 30.

Aunque Trump no la causó, sus rivales políticos dicen que exacerbó la situación al minimizar el peligro del virus al inicio de una pandemia que les ha costado la vida a más de 100.000 personas y ha dejado a 43 millones sin trabajo.

Y en las encuestas eso se ha comenzado a reflejar. A nivel nacional, el exvicepresidente Joe Biden ya le saca más de 5 puntos a Trump. E igual está sucediendo en los estados que se consideran claves para estas elecciones, como Míchigan y Pensilvania.

Según un informe de Oxford Economics, si la crisis económica sigue, Biden le ganaría al mandatario republicano por barrida.

Otro informe de la Universidad de Columbia publicado el jueves pasado sostiene que si EE. UU. hubiese aplicado las medidas de confinamiento dos semanas antes, se habrían salvado 80.000 vidas.

Y de allí el giro que estaría dando Trump hacia Obama. Primero, porque necesita cambiar y, segundo, porque sabe que al atacar el récord del expresidente también ataca el de Biden, su vicepresidente por ocho años.

“La estrategia de Trump es siempre buscar un enemigo. Dado que el coronavirus es invisible, como él mismo dice, está recurriendo a los enemigos de siempre para motivar a su base de votantes. Y lo hace utilizando todas las formas de lucha. Entre ellas teorías de conspiración que no tienen mucho asidero, pero que confunden al electorado”, sostiene Tamara Keith, del Cook Political Report.

Y es en ese contexto en el que ha emergido el Obamagate. Tan extraña es la teoría que muchos medios en EE. UU. han decidido ni siquiera usar ese nombre para no caer en el juego de Trump. Pero igual han tenido que explicarlo. Según Trump, su administración fue víctima del “crimen político más grande de toda la historia de EE. UU.” y los responsables, entre ellos Obama y Biden, deberían ser encarcelados. La teoría es que Obama y funcionarios de su administración trataron de impedir su triunfo. Tras su victoria optaron por fraguar un plan para destruir su administración desde adentro usando a funcionarios desleales que ayudarían a fabricar la historia sobre la intervención de Rusia en la campaña electoral para favorecer a Trump, y los nexos de la campaña con el Kremlin.

Unas de las pruebas estaría en el caso del general Michael Flynn, el primer asesor de Seguridad Nacional que nombró Trump.

En diciembre del 2016, cuando estaba en proceso la transición entre las dos administraciones, Obama ordenó sanciones contra Moscú luego de que la comunidad de inteligencia confirmó que este intervino en el proceso electoral.

Por esos días, la Agencia de Seguridad Nacional interceptó una serie de llamadas entre un estadounidense y el embajador de Rusia en EE. UU. como parte de sus tareas diarias de espionaje interno contra otros países. En esa conversación, la persona le pedía al embajador ruso no responder a las sanciones de Obama, pues estas serían removidas cuando Trump llegara a la Casa Blanca.

Por ley, la identidad de los estadounidenses que caen en este tipo de pesquisas contra extranjeros está protegida, pero puede ser “desenmascarada” si un funcionario de alto nivel lo considera necesario para la seguridad nacional. Esta persona, hoy se sabe, era Flynn hablando por Trump. Pero la semana pasada, el director nacional de Inteligencia –amigo cercano del presidente– le pasó al Senado republicano la lista de personas que pidieron “desenmascarar” el nombre de Flynn. Entre ellos estaban Obama y Biden.

La razón que han dado es que temían que Rusia pudiera aprovecharse de la promesa hecha por Flynn para extorsionarlo más adelante. Flynn, posteriormente, negó bajo juramento haber discutido el tema con los rusos y eso le valió su destitución y condena.

Pero Trump alega que estaban espiando a su asesor de Seguridad Nacional y que eso era parte del complot en su contra. Nadie distinto al presidente y sus simpatizantes alegan que se violó alguna ley. De hecho, “desenmascarar” nombres es algo que se hace de manera rutinaria. En solo un año, la administración Trump pidió revelar la identidad de 16.700 personas, mientras que en la de Obama, para un período similar, fueron 9.000, según la NSA.

El propio Fiscal General, que fue nombrado por Trump y es de sus más firmes defensores, anticipó que no espera la apertura de cargos contra Obama o Biden en una nueva investigación que se adelanta sobre los orígenes de la trama rusa. Pero como ha sucedido en casos anteriores, afirma Keith, para Trump lo importante es sembrar una duda que pueda explotar para su beneficio político.

El presidente también ha venido insistiendo en que Obama dejó al país muy mal preparado para enfrentar una pandemia, a pesar de que fue él quien desmanteló una oficina que existía en el Consejo Nacional de Seguridad que se dedicaba a este tipo de amenazas.

Pese a las provocaciones, Obama había procurado mantenerse al margen. Pero esta semana rompió su silencio cuando dijo en una charla con estudiantes que la respuesta del gobierno de Trump frente al coronavirus había sido “caótica y desastrosa” y advirtió que la democracia en EE. UU. podría tornarse en una “autocracia” si continúa por el actual sendero.

¿Quién saldrá ganando de esta rencilla? Nadie lo sabe. Lo único claro es que seguirá subiendo de tono a medida que se acerquen las elecciones.